Hace mucho, muchísimo tiempo, los gnomos cavaban sus pequeñas cuevas en las raíces de los pinos y los elfos vivían tranquilamente en el interior de los bosques frondosos.
Era una época en la que las gentes de buen humor organizaban grupos para hacer bromas que a todos hacían reir y a nadie ofendían, ni siquiera a quienes era objeto de ellas.
Eran aquellos días maravillosos en los que miles de ingeniosas criaturas y horrorosos gigantes compartían los campos y las praderas bajo el azul del cielo, y nadaban en las aguas cristalinas de ríos y arroyos.
Fue entonces, en aquel tiempo memorable, cuando cierta hada eligió vivir en la cima de una montaña, junto a sus dos hijas, que eran diferentes entre sí en todos los sentidos.
Una de las muchachas era la representante de la arrogancia y el arrojo, mientras que la otra se inclinaba hacia la modestia y la ternura. Sin embargo, pese a sus diferentes personalidades, las dos hermanas compartían su condición innata de seres nobles y bondadosos.
Era en la hermana mayor, sobre todo, en quien estos rasgos se ponían más de manifiesto, en su ilusión por realizar hazañas portentosas, de aquellas que permanecen en la memoria de los seres humanos durante generaciones. La menor prefería soñar con acciones más pequeñas, menos espectaculares, pero que se pueden realizar siempre, de forma cotidiana.
Durante un invierno de grandes nevadas e intensos fríos, el hada reunió a sus dos hijas y les habló del siguiente modo:
- Desde el día en que vine al mundo ha pasado tanto tiempo que mis fuerzas han disminuido mucho, y mis cabellos se están volviendo blancos. Por lo tanto, he decidido que una de vosotras se haga cargo de mis responsabilidades. Ahora quiero que cada una me diga qué es lo que desearía realizar. Tú, la mayor, responde primero.
La muchacha agitó su larga cabellera negra, y arrodillada, abrazando las piernas de su madre, respondió:
- Lo que más deseo es realizar grandes hazañas, ayudar a algún héroe, dar mis consejos a las gentes importantes y poderosas o convertirme en el apoyo de reyes y emperadores.
La madre la escuchó con atención, y poniendo la mano sobre el hombro de su hija mayor le concedió:
- Podrás cumplir todos tus sueños, hija mía.
Y de inmediato se dirigió a la otra muchacha, a la que dijo:
- Dime, mi pequeña, ¿qué es lo que deseas hacer?
Como su hermana, la menor se apoyó sobre las piernas de su madre, quien la acariciaba su rubia cabellera mientras la escuchaba:
- Madre, lo que deseo es dar mi protección a todo lo que en este mundo es pequeño, débil y pobre, pero no quiero que aquellos a quienes ayude se enteren de que lo estoy haciendo. ¿Me comprendes?
Con una sonrisa de ternura en los labios, la madre le respondió:
- Te comprendo muy bien, pequeña. Tú también podrás realizar esas acciones que anhelas.
Luego se dirigió a las dos y les dijo:
- Ha llegado la hora de que llevéis a la práctica vuestros deseos. Lo ideal sería que os apoyaseis mutuamente, porque de ese modo vuestra tarea será siempre más efectiva.
La hermana mayor rechazó la propuesta y gritó con violencia:
- ¡No necesito su apoyo! Prefiero actuar sola que mal acompañada. Además, ¿de qué me valdría su ayuda, cuando prefiere lo pequeño, lo que puede desaparecer con un soplo de aire o con el golpe de un dedo?
La menor permaneció callada y no contestó, pues nunca se había enfrentado a su hermana, ya que se consideraba inferior a ella.
No obstante, esto no impidió que susurrara:
- Es cierto, pro debo decirte que a mí no me importaría ofrecerte mi ayuda, aunque fuese insignificante.
La madre de las muchachas prestó debida atención a estas humildes y generosas palabras, y tomó una resolución:
- No te preocupes, cariño, pues sabes bien que todo lo grande necesita del apoyo de lo pequeño. Las grandes hazañas con las que tu hermana sueña, atractivas como son, no resultan suficientes. Pues para que lo sean es necesario que act´ñuen miles de pequeñas entidades, como pueden ser las gotas de agua, los granos de la tierra bien abonada, las partículas de vida que encierran los rayos del sol y tantas y tantas otras cosas. Gracias a lo pequeño existe la vida en la Tierra.
Tras una breve pausa, la madre continuó:
- A partir de mañana podréis realizar todo lo que deseáis. Contaréis con los poderes de un hada durante tres días. Pero al caer la tercera noche, tendréis que venir aquí y contarme todo lo que hayáis hecho en ese tiempo.
Al día siguiente, cuando las primeras luces del alba comenzaban a borrar la oscuridad de la noche, una criatura diminuta, casi inexistente, tomó asiento en las faldas de una montaña. Aquella figura no podía ser más insignificante, como las débiles neblinas que cubren los campos durante la primavera, pero tenía una gran agilidad y sabía muy bien cómo sortear todos los obstáculos que se le presentaban. Se trataba del hada de las cosas pequeñas.
Desde su sitio en la montaña, el hada se dijo: "¡Qué calma tan reconfortante! La vida es tranquila en este lugar, hasta el aire parece haberse amansado sobre la hierba. Pero tan pronto salga el sol por completo, esto se llenará de actividad. Aún falta un rato para que esto suceda, sólo me queda esperar, así que aprovecharé para dormir un rato".
Apenas había cerrado los ojos, la despertó un grito casi inaudible, que ningún ser humano hubiera sido capaz de percibir. El hada localizó de inmediato la procedencia del mismo, y pudo ver a una mosca a punto de morir que pedía socorro.
Al mirarla comprendió que acababa de resbalar de una hoja muy lisa y había quedado atrapada en una gota de rocío. La mosca no tenía fuerzas para escapar de aquella trampa mortal y, de no recibir ayuda, pronto moriría ahogada.
Enseguida recibió la ayuda del hada, que envió hasta allí unos soplidos muy efectivos que secaron la gota y consiguieron que la pequeña mosca cayera sobre la hierba, donde un viento mágico le secó las alas. Muy pronto consiguió levantar el vuelo, y se alejó de allí convencida de que había recibido la ayuda de un ser extraordinario.
Una poderosa voz se hizo oír entonces:
- ¡Vaya manera de perder el tiempo!
La pequeña hada se volvió y se encontró con el gesto despectivo de su hermana mayor, que había adquirido unas formas enormes, impresionantes.
Su hermana se había convertido en una giganta a quien las cosas pequeñas no merecían consideracion alguna, e iba vestida con con resplandecientes ropas, adornadas con piedras preciosas.
Bastante impresionada por el aspecto de su hermana, la pequeña le dijo:
- ¡Buenos días, hermana! ¿Cuánto tiempo llevas aquí? Has llegado tan de repente que no me he dado cuenta de tu presencia.
Algo desconcertada, la hermana mayor le contestó:
- ¡Qué raro! Eso significa que no me he hecho oír lo suficiente. ¡Si sólo necesito moverme un poco para que se note mi presencia!
Para demostrarlo, la hermana mayor comenzó a caminar, provocando casi un terremoto con sus pisadas. Toda la tierra temblaba, y la pequeña tuvo que taparse los oídos con las manos para no quedarse sorda.
La pequeña de inmediato reconoció:
- Hermana, debo de haber estado muy ensimismada ayudando a la mosquita, porque lo cierto es que se te oye muy, pero que muy bien.
Con gran ironía, la hermana mayor le dijo:
- ¡Por supuesto! No olvides esa gran proeza dentro de tres días. Gracias a tu noble ayuda ahora hay una mosca más en el mundo. No dejes de recordármelo.
Con respeto, pero sin callarse su opinión, la hermana pequeña le respondió:
- Mira, puedes burlarte de mí todo lo que quieras, pues he sido yo quien ha elegido ayudar a lo pequeño. Pero tienes que reconocer que todos los seres vivos, grandes y pequeños, tienen una función en el universo. Es muy posible que nunca sepamos lo que le espera a esa mosca. Sin embargo, yo podré reconocerla allí donde la encuentre, pues en sus alas doradas tiene una mancha oscura y, además, es de las moscas que inoculan veneno a sus enemigos cuando se ven agregidas.
El primer rayo de sol impidió que la hermana mayor contestara con otra de sus irónicas frases. La salida del astro rey marcaba el principio de sus tres días de actividad, pese a que la pequeña se había anticipado algunos minutos en ayudar a la mosca.
Las hermanas extendieron sus alas y remontaron el vuelo, y se convirtieron en dos figuras doradas de dimensiones bien diferentes. Una de ellas enorme, de un tamaño descomuna, y la otra apenas visible, casi insignificante.
Antes de que se separaran para realizar sus labores, la hermana mayor se cuidó de recordarle a la otra:
- ¡No olvides que dentro de tres días debemos encontrarnos aquí mismo! ¡No lo olvides!
Y así ocurrió. Al tercer día, antes de ir a visitar a su madre, las dos hermanas se encontraron de nuevo en el bosque y tomaron asiento en un tronco caído.
La hermana mayor no pudo evitar dar muestras de su agotamiento y gimió durante un rato. Al igual que su hermana, el hada pequeña emitió también algunos gemidos, y todas las flores se abrieron deseando ser acariciadas por el aire que originaba la pequeña hada.
Las dos hermanas convertidas en hadas por tres días se miraban con ojos brillantes y sonreían. Ambas parecían estar satisfechas de la labor que habían realizado, pero necesitaban confrontar sus experienciasa antes de acudir a la cita con su madre.
Fue la hermana mayor quien tomó la iniciativa:
- Me he sometido a un trabajo de titanes, mientras que tú te habrás limitado a solucionar esos problemas minúsculos que no agotarían ni a un recién nacido.
Con la timidez habitual en ella, la pequeña respondió:
-¿Te parece necesario que hablemos de nuestras labores? ¿No crees que es muy presuntuoso por nuestra parte? Por mí, permanecería callada.
La mayor insistió:
-¡No! Debemos contárselo todo a nuestra madre, pero será mejor que antes lo comentemos nosotras para no olvidar ni un solo detalle.
La pequeña se mantuvo en su postura:
- Te comprendo, hermana, pero no me gusta hablar de lo que he hecho, de la misma manera que prefiero no dejarme ver por ninguno de los que reciben mi ayuda.
Pero la hermana mayor era tozuda y tenía una gran capacidad de convicción:
- Lo que dices está muy bien, pero todo depende de la importancia de tus acciones. Me imagino que las tuyas serán como las pajas que arrastra el viento más débil, mientras que las mías merecerán ser escritas con grandes letras doradas. Hermanita, no te hagas rogar y comienza a hablar.
Así las cosas, la pequeña no tuvo más alternativa que relatar los hechos:
- A poco de despedirnos encontré a un viejo campesino segando un campo de trigo. El anciano se encontraba solo y era mucho el trabajo que le quedaba pendiente. Estaba enfermo, movía la guadaña con pocas fuerzas y, lo peor de todo, no podía abandonar la tarea. El hombre se sentó en el suelo, sin quejarse, y se limpió el sudor de la frente con un pañuelo que llevaba alrededor del cuello.
El hada, que se emocionaba al recordar aquella situación, prosiguió:
- Enseguida pude leer sus pensamientos: "Permitid que os corte, espigas de trigo, para que en mi hogar pueda entrar el alimento. También habrá comida para los pájaros, los insectos y todos los animales que se alimentan con los restos de la trilla" Tan pronto el anciano se quedó dormido, recogí su guadaña y segué todo el trigo que quedaba en unos pocos minutos.
La hermana pequeña hizo otra interrupción, conmovida, y continuó:
- ¡Jamás olvidaré las muestras de alegría de aquel anciano cuando se despertó y vio que su trabajo estaba finalizado! El hombre se frotó los ojos creyendo que estaba soñando, hasta que se convenció de que no veía visiones. Entonces, se puso de rodillas y le dio las gracias al ser misterioso e invisible que le había proporcionado ayuda.
Cuando terminó esta parte del relato, la pequeña hada se tomó un descanso, tras el cual pasó a relatar su segunda intervención:
- Poco más tarde encontré a unos chiquillos jugando en el campo. Cerca del grupo, entre los árboles, un niño más pequeño que ellos los llamaba porque se había torcido una muñeca. Pero su vocecilla era tan débil que sus amiguitos no alcanzaban a oírla debido al bullicio de sus juegos. Era un caso fácil de solucionar: cogí al niño en brazos y lo mecí hasta que se quedó dormido, totalmente curado. A poca distancia de allí, vi a la madre del pequeño. La pobre mujer llevaba un pesado haz de leña sobre la cabeza y jadeaba porque se estaba quedando sin fuerzas. Entonces me acerqué hasta ella sin que me viera, la cogí por la cintura y la ayudé a llevar la carga hasta su cabaña. Se quedó asombrada de que la leña le resultara de pronto tan fácil de acarrear; además, se había movido como si volara. Cuando la escuché dar gracias al cielo, me sentí muy feliz. Vaya, me parece que he hablado más de lo que me correspondía; ha llegado tu turno, hermana.
Con evidente enfado, como era habitual en ella, la hermana mayor contestó con desdén:
- ¡Ya era hora de que terminaras de contar tonterías!
- Me he dejado muchas otras cosas -respondió la pequeña-, recuerda que nuestra madre puso bajo mi cuidado todo lo que fuera pequeño y débil, ¡y eso es lo que más abunda en el mundo! Ayer mismo, cuando se iba a desatar una tormenta, y antes de que descargara, me cuidé de cerrar los cálices de las flores para que el polen no se empapara.
- ¡Vaya proeza! ¿Y qué otras hazañas has realizado? -preguntó con sorna la mayor.
- Mira, no seas tan burlona, porque el año que viene nacerán miles de flores que, sin mi intervención, nunca habrían embellecido los campos. Y también he protegido a las mariposas, porque hubieran muerto de mojárseles las alas. No sabes lo mucho que me costó llevarlas a un sitio seguro, ¡son tan revoltosas! ¡No te puedes ni imaginar el trabajo que me dieron unos cuantos centenares de ellas, cuando se metieron en una casa en busca del calor de la chimenea! Ya sabes que las llamas las atraen hasta el punto de que se llegan a quemar las alas. Parece como si las muy tontas desearan morir ante un resplandor tan peligroso...¡Pero me siento muy bien, porque he conseguido salvar a la mayoría!
-Pero si podías haberlas salvado a todas apagando el fuego... -agregó su hermana.
- ¡No! Pues la casa habría quedado sin el calor necesario para sus moradores. Preferí abrir la ventana un momento, en cuanto cesó la tormenta, y con unos soplidos conseguí que las mariposas más rebeldes salieran de allí.
La hermana mayor rompió a reír, y siguió burlándose de su hermanita:
- Tú misma lo reconoces al contármelo. ¿Qué importancia puede tener tu trabajo? ¿O acaso te estás reservando alguna de tus inolvidables promesas?
Continuará...
2 comentarios:
Preciosos cuento, pero me he quedado a media miel, ya que debe continuar y no veo la continuación.
Pero lo que si me ha quedado es que la vida está llena de pequeñas cosas. Siempre pongo el mismo ejemplo: Un desierto es enorme y está compuesto de diminutos granitos de arena.
besicos
Intentaré escribir la continuación pronto, te avisaré.
La vida es un desierto y cada uno de nosotros somos un diminuto granito de arena.
Besos guapa!
Enigmática
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